Andrés el hijo de Pedro tiene hoy 28 años. Su padre estuvo cuatro años preso en una cárcel de la dictadura uruguaya. Si hoy se le pregunta a Andrés sobre el valor de la democracia, es seguro que va a poner una cara donde se va expresar por encima de todo la duda. Andrés no es un joven común y corriente: creció y se desarrolló en un hogar politizado, que se sustentó con el ejemplo del padre y el de su familia; sus tíos también fueron objeto de persecución uno y cárcel el otro.
Pero para Andrés la democracia hoy no es un pilar en su vida. Y como Andrés hay, en América latina, muchos jóvenes y no tan jóvenes que expresan de diferente manera sus dudas sobre los resultados que trajo para sus vidas el ejercicio democrático.
Sin embargo, la peripecia vital de Andrés no es única en este continente a poco de leer el trascendental y preocupante informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) titulado “La democracia en América Latina: Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos”, dado a conocer el pasado 21 de abril.
El informe fue presentado en Lima, Perú y allí, a través de un video, el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, dijo, con preocupación, al referirse al trabajo, que “hoy las encuestas de opinión nos revelan que sólo alrededor del 50 por ciento de los latinoamericanos y latinoamericanas prefieren la democracia a un régimen autoritario”.
“Esto es lamentable y equivocado”, reflexionó Annan para quien “la solución a los problemas de América Latina no reside en un regreso al autoritarismo, sino en una democracia más profunda y consolidada”.
Las apreciaciones de Annan son compartibles de cabo a rabo; en realidad no tienen nada de novedoso. En todo caso está en sintonía con el informe que lo que hace es diagnosticar un estado de situación hartamente conocido, como muchos de los problemas que se viven en el continente. Existe, hoy por hoy, un sobre diagnóstico de los problemas de América latina y pocas y aisladas acciones para atacar los males que se viven.
Lo que hace el informe es desnudar, con la precisión de un bisturí, las debilidades que sufre el continente tras 25 años de democracia.
Hoy en la región se han logrado enormes progresos en pos de la democracia y en casi toda América latina hay gobiernos democráticamente elegidos. La generación de Andrés, nacida bajo el signo del autoritarismo, goza de prensa libre e independiente y pueden ejercer sus libertades civiles sin mayores problemas. Pero esto no alcanza.
Las expectativas de cambio en la vida de la gente, generadas en los años 80, con la caída de los regímenes dictatoriales, no se vieron colmadas en toda su dimensión.
Y hoy la región enfrenta serios retos que ha llevado a una profunda insatisfacción popular con los líderes elegidos democráticamente. El crecimiento económico ha sido insuficiente, pero no solo eso; en estos últimos 25 años se han profundizado las desigualdades y la inseguridad campea en el continente, lo que sin duda golpea, y muy duro, en la confianza en los líderes y los partidos políticos y la democracia electoral.
Ya no son los líderes políticos los que convocan a la población. Montados en la desconfianza hacia las instituciones, el público, en muchos casos manejado por los medios masivos de comunicación, ha elevado a la categoría de nuevos líderes a personas comunes y corrientes que logran conmover y concitar la adhesión de la gente con sus reclamos. Euno de los casos paradigmáticos es el que se vive hoy en la Argentina con el legítimo reclamo de Juan Carlos Blumberg, un padre desesperado tras el asesinato de su hijo, y que hoy tiene en jaque al gobierno de Néstor Kirchner, luego de haber convocado a cientos de miles de personas en toda Argentina en demanda de una mayor seguridad para sus vidas.
En otra dimensión, en Uruguay, las acciones de la escribana Alicia Barbani, encabezando los reclamos de los ahorristas estafados por el grupo Peirano es otra cara de la de una nueva forma de liderazgo social que crece por fuera de lo político.
Es obvio y compartible, como dice el informe del PNUD que la democracia está en problemas, entre otras cosas porque los gobiernos democráticamente elegidos de la región todavía no han logrado satisfacer las aspiraciones políticas, sociales y económicas de los latinoamericanos.
Las pruebas de este aserto son concluyentes. Según el informe, en el 2002 un 43% de los ciudadanos tenía actitudes democráticas, un 30,5% actitudes ambivalentes y un 26,5% actitudes no democráticas y más de la mitad de los latinoamericanos, un 54,7 % preferiría un “régimen autoritario” a uno democrático, si le “resolviera” sus problemas económicos.
Ahora, la pregunta que se impone es ¿realmente la gente quiere gobiernos autoritarios? La respuesta es decididamente negativa. Las pruebas de esto es que en los momentos en que se llamó a la gente para sacar a los militares de sus sillones lo han hecho sin hesitar, arriesgando en muchos casos sus propias vidas.
Lo que el informe hace es exponer crudamente una realidad atravesada por la miseria. Según datos oficiales, en el año 2003, la región contaba con 225 millones de personas cuyos ingresos se situaban por debajo de la línea de pobreza. En buen romance, el informe deja en claro cómo funciona este sistema y cómo ha funcionado. Lo dice el propio informe donde se describe como “el triángulo de América Latina”: democracia, pobreza y desigualdad.
Y es que este modelo de desarrollo económico, puesto en práctica desde la apertura democrática hasta estas fechas, generó una concentración si precedentes de la riqueza en manos de unos pocos. Y en este estado de situación, sumado a un comportamiento social que deviene del Estado paternalista, cuando el modelo impone recortes incluso en aquellos aspectos donde el Estado debe defender a la sociedad, es casi lógico que las instituciones y los representantes políticos se vean descaecidos frente a la opinión del público.
Sin embargo, este estado de cosas no puede sino servir para dar el puntapié con el objetivo de transformar un estado de disconformidad generalizada en una energía positiva transformadora, que involucre a toda la sociedad contando para ello con un piso importante, que no es otro que se pueden hacer estos diagnósticos porque justamente se vive en democracia, que ésta es un bien necesario y que por lo menos, hasta ahora, no hay mejor sistema.
Lo importante y lo necesario es revalorizarla y llenarla de contenido y ese es el desafío para las actuales y futuras administraciones.
Pero para Andrés la democracia hoy no es un pilar en su vida. Y como Andrés hay, en América latina, muchos jóvenes y no tan jóvenes que expresan de diferente manera sus dudas sobre los resultados que trajo para sus vidas el ejercicio democrático.
Sin embargo, la peripecia vital de Andrés no es única en este continente a poco de leer el trascendental y preocupante informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) titulado “La democracia en América Latina: Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos”, dado a conocer el pasado 21 de abril.
El informe fue presentado en Lima, Perú y allí, a través de un video, el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, dijo, con preocupación, al referirse al trabajo, que “hoy las encuestas de opinión nos revelan que sólo alrededor del 50 por ciento de los latinoamericanos y latinoamericanas prefieren la democracia a un régimen autoritario”.
“Esto es lamentable y equivocado”, reflexionó Annan para quien “la solución a los problemas de América Latina no reside en un regreso al autoritarismo, sino en una democracia más profunda y consolidada”.
Las apreciaciones de Annan son compartibles de cabo a rabo; en realidad no tienen nada de novedoso. En todo caso está en sintonía con el informe que lo que hace es diagnosticar un estado de situación hartamente conocido, como muchos de los problemas que se viven en el continente. Existe, hoy por hoy, un sobre diagnóstico de los problemas de América latina y pocas y aisladas acciones para atacar los males que se viven.
Lo que hace el informe es desnudar, con la precisión de un bisturí, las debilidades que sufre el continente tras 25 años de democracia.
Hoy en la región se han logrado enormes progresos en pos de la democracia y en casi toda América latina hay gobiernos democráticamente elegidos. La generación de Andrés, nacida bajo el signo del autoritarismo, goza de prensa libre e independiente y pueden ejercer sus libertades civiles sin mayores problemas. Pero esto no alcanza.
Las expectativas de cambio en la vida de la gente, generadas en los años 80, con la caída de los regímenes dictatoriales, no se vieron colmadas en toda su dimensión.
Y hoy la región enfrenta serios retos que ha llevado a una profunda insatisfacción popular con los líderes elegidos democráticamente. El crecimiento económico ha sido insuficiente, pero no solo eso; en estos últimos 25 años se han profundizado las desigualdades y la inseguridad campea en el continente, lo que sin duda golpea, y muy duro, en la confianza en los líderes y los partidos políticos y la democracia electoral.
Ya no son los líderes políticos los que convocan a la población. Montados en la desconfianza hacia las instituciones, el público, en muchos casos manejado por los medios masivos de comunicación, ha elevado a la categoría de nuevos líderes a personas comunes y corrientes que logran conmover y concitar la adhesión de la gente con sus reclamos. Euno de los casos paradigmáticos es el que se vive hoy en la Argentina con el legítimo reclamo de Juan Carlos Blumberg, un padre desesperado tras el asesinato de su hijo, y que hoy tiene en jaque al gobierno de Néstor Kirchner, luego de haber convocado a cientos de miles de personas en toda Argentina en demanda de una mayor seguridad para sus vidas.
En otra dimensión, en Uruguay, las acciones de la escribana Alicia Barbani, encabezando los reclamos de los ahorristas estafados por el grupo Peirano es otra cara de la de una nueva forma de liderazgo social que crece por fuera de lo político.
Es obvio y compartible, como dice el informe del PNUD que la democracia está en problemas, entre otras cosas porque los gobiernos democráticamente elegidos de la región todavía no han logrado satisfacer las aspiraciones políticas, sociales y económicas de los latinoamericanos.
Las pruebas de este aserto son concluyentes. Según el informe, en el 2002 un 43% de los ciudadanos tenía actitudes democráticas, un 30,5% actitudes ambivalentes y un 26,5% actitudes no democráticas y más de la mitad de los latinoamericanos, un 54,7 % preferiría un “régimen autoritario” a uno democrático, si le “resolviera” sus problemas económicos.
Ahora, la pregunta que se impone es ¿realmente la gente quiere gobiernos autoritarios? La respuesta es decididamente negativa. Las pruebas de esto es que en los momentos en que se llamó a la gente para sacar a los militares de sus sillones lo han hecho sin hesitar, arriesgando en muchos casos sus propias vidas.
Lo que el informe hace es exponer crudamente una realidad atravesada por la miseria. Según datos oficiales, en el año 2003, la región contaba con 225 millones de personas cuyos ingresos se situaban por debajo de la línea de pobreza. En buen romance, el informe deja en claro cómo funciona este sistema y cómo ha funcionado. Lo dice el propio informe donde se describe como “el triángulo de América Latina”: democracia, pobreza y desigualdad.
Y es que este modelo de desarrollo económico, puesto en práctica desde la apertura democrática hasta estas fechas, generó una concentración si precedentes de la riqueza en manos de unos pocos. Y en este estado de situación, sumado a un comportamiento social que deviene del Estado paternalista, cuando el modelo impone recortes incluso en aquellos aspectos donde el Estado debe defender a la sociedad, es casi lógico que las instituciones y los representantes políticos se vean descaecidos frente a la opinión del público.
Sin embargo, este estado de cosas no puede sino servir para dar el puntapié con el objetivo de transformar un estado de disconformidad generalizada en una energía positiva transformadora, que involucre a toda la sociedad contando para ello con un piso importante, que no es otro que se pueden hacer estos diagnósticos porque justamente se vive en democracia, que ésta es un bien necesario y que por lo menos, hasta ahora, no hay mejor sistema.
Lo importante y lo necesario es revalorizarla y llenarla de contenido y ese es el desafío para las actuales y futuras administraciones.